Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? (Génesis, 22.7)
Somos dulces corderitos. Como tales nos tratan. Y nos van llevando camino del matadero, lará, larito, y nosotros, sintiendo instintivamente el miedo, les seguimos e incluso les comprendemos. Llegamos a justificar sus actuaciones porque son por nuestro bien: por el bien de todos. Es la voluntad de dios: el Mercado.
Necesitan nuestra lana, tal vez para hacer con ella delicados paños; venderán nuestra carne, y la harán pasar por lechal. Y utilizarán nuestra sangre para el sacrificio.
Y nosotros nos lo creemos todo. Creemos sus mentiras, las del dios Mercado. Nos las tragamos sin rumiarlas y, sin digerirlas, agachamos el pescuezo para recibir la puntilla que cortará nuestra carótida. Sin rechistar como, al menos, haría un toro bravo.
Un imbécil sale en la tele británica (la mejor del mundo, dicen) y se pavonea de que con la crisis se está forrando... Sueña cada noche, el muy sinvergüenza, con una recesión para forrarse más todavía.
Y Scotland Yard no lo detiene ante las cámaras en directo (vivimos en un permanente reality show), porque su latrocinio es legal. Es más: de ese latrocinio surgió la grande y vieja Europa, la expoliadora, la engreída, la prepotente, la que se creía posesora de todas -todas- las esencias. También de la esencia de la democracia. De ese latrocinio nació el capitalismo salvaje que está disponiendo nuestra cabeza para el sacrificio. La esencia misma de la vieja democracia es la ofrenda al dios Mercado.
Tal vez sea otra mentira más, y el imbécil llamado Rastani sea un actor. La BBC (la mejor del mundo, sí) ha tenido que hacer público un comunicado afirmando que el tal trader no es un engaño. En realidad, daría lo mismo. Hoy he escuchado decir a un sesudo comentarista que dentro de pocos meses nuestros ahorros (esos que, los que hemos podido, hemos ido acumulando durante años para recibir la vejez sosegadamente) se esfumarán. Se irán a tomar por el culo. Y entrarán por el culo de esos traders, que se reirán de nosotros entre gemidos de placer... Los muy hijos de la grandísima puta.
Fíjense si somos corderitos que nos hemos creído lo del satélite UARS. La NASA no sabe dónde cayó... (ha tardado varios días en saber -o decir- que lo hizo en el Pacífico Sur... ¿alguna vez ha caído del espacio algo fuera del Pacífico Sur?). Me pregunto: ¿existió alguna vez el inocente UARS? Y, sobre todo: si tenemos satélites capaces de fotografiar el iris de nuestros ojos, de cada uno de nuestros ojos... ¿no son capaces de saber por dónde anda un objeto del tamaño de un autobús?
Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: "¡Abraham, Abraham!". "Aquí estoy", respondió él. Y el Ángel le dijo: "No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único" (Génesis, 22.11-12)