jueves, 14 de abril de 2011

14 de abril.

Ni el hecho de que la II República terminara de manera trágica, sangrienta y atroz, ni el hecho de que llevemos varias décadas viviendo bajo el reinado de Juan Carlos I el mayor periodo de prosperidad y libertades jamás conocido en España, puede impedir que pensemos que el régimen natural de una democracia moderna y occidental es la república, aun sabiendo que ésta, en sí misma, no impide las injusticias sociales, las castas dominantes, los privilegios oligárquicos e incluso la negación de la propia democracia.

Monarquías parlamentarias, sin sombra ni sospecha alguna, las conocemos bien en Europa. Como también conocemos en todos los continentes repúblicas presididas por déspotas.

Hoy en nuestro país no se plantea en profundidad el dilema monarquía-república.

La izquierda, sin renunciar a sus anhelos republicanos, acogió con respeto y simpatía (en muchas ocasiones mejor que la derecha) a la figura de don Juan Carlos. Y éste supo corresponder con igual respeto y simpatía.

Nadie que sea sincero puede decir que nos ha ido mal con nuestro rey. Más bien al contrario. Y, por lo que estamos viendo, no parece que pueda irnos mal con su heredero, el Príncipe de Asturias, de cuya preparación nadie puede tener la más mínima duda.

Pero nada de todo esto puede evitar que, en el fondo de nuestros corazones, pensemos que la república es el régimen natural de la democracia, y que a veces la echemos de menos.

1 comentario:

Juan L. Trujillo dijo...

Completamente de acuerdo. Por una vez permíteme que te invite a mi blog. Yo también hoy he escrito sobre la República.
Un abrazo.