La Semana Santa me provoca unos sentimientos contradictorios... Algo que no me ocurre con otras celebraciones religiosas como la Navidad, que me dejan indiferente.
Romper la Hora. Calanda (Teruel) |
En España, la Semana Santa se vive de manera intensa, bien desde la fe sincera, el folclore o la tradición -tan respetados-, bien desde la crítica, la disidencia o la disconformidad -tan respetables-. Sin olvidar los intereses económicos, tan necesarios.
Cualquier turista que visite nuestro país los próximos días se encontrará con las calles repletas de cofrades y de pasos representando la pasión de Cristo. Probablemente, además del recogimiento que provoca un espectáculo tan solemne como popular, se pregunte si es cierto aquello que oyó de que la Iglesia Católica sufría persecución en España.
El mismísimo papa de Roma se equivoca -no creo que interesadamente porque sería muy triste, sino tal vez mal informado- ha vuelto a criticar el laicismo del Gobierno de Zapatero al afirmar que se está tratando de "marginar la religión mediante la denigración, la burla e incluso la indiferencia ante episodios de clara profanación". Al margen de que los actos de clara profanación son anecdóticos y elevarlos a la categoría que hace Benedicto XVI es un despropósito y una desmesura, las afirmaciones del papa son tremendamente injustas. Sobre todo si en el mismo acto reconoce "la colaboración y ayuda generosa" del Gobierno para la Jornada Mundial de la Juventud.
Procesión del Encuentro. Zaragoza |
Por mi parte, sin ser creyente, no puedo evitar el estremecimiento con el romper de la hora del Bajo Aragón (suelo visitar Híjar, Calanda o Alcañiz, de la ruta del tambor, casi cada año), donde el estruendo de bombos y tambores hace temblar la tierra y acelera el palpitar de los corazones. O el escalofrío en la procesión del Encuentro, en plena plaza del Pilar de Zaragoza, cuando el paso de Jesús camino del Calvario se topa frente a frente con el de La Dolorosa. A diferencia del anterior, aquí el silencio puede llegar a doler.
Lo que me emociona hasta el escalofrío no es la representación de unos hechos religiosos, sino comprobar cómo el ser humano es capaz de buscar y encontrar el sentido trascendente de la vida. Y de la muerte. Reconozco que en fechas como éstas, me gustaría ser creyente.
Me preocupa que las nuevas generaciones puedan llegar a no saber muy bien el significado de todo ello, que se queden simplemente en el folclore, que al final sean sólo unos días de romperse los puños tocando el bombo, o el lomo levantando la imagen de una Virgen llorosa, la resaca de unas buenas borracheras y hasta el año que viene.
Durante la Semana Santa, sigo En la Parada
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