martes, 18 de enero de 2011

Como niños malcriados.

Los españoles nunca hemos llegado a interiorizar el concepto de libertad. Tal vez porque nos fue negada secularmente, cuando por fin la conocimos la confundimos con el "hacer lo que me da la gana", y con esa prepotencia y chulería tan nuestra, hemos ido creciendo y educando a nuestros hijos en los últimos treinta años. Y como la cultura, la educación o los buenos modales no son precisamente nuestro fuerte, lo expresamos con el contundente "lo que me sale de los cojones" o, desde hace poco tiempo, el paritario "lo que me sale del coño".

Y nos hemos convertido en una sociedad plagada de personas que exigen que se les trate como ciudadanos adultos pero se comportan como niños malcriados que ante la mínima contrariedad se enrabietan o se apresuran a culpar a otros para no afrontar sus propias responsabilidades.

"Que hagan las calles más anchas"
Hace unos días, en un programa de televisión, se nos mostraba el monumental atasco de tráfico (nervios, bocinazos...) que se ocasionaba diariamente a las puertas de un colegio porque a los coches aparcados en doble fila a ambos lados de la calzada se sumaban los vehículos que paraban en tercera o cuarta fila, de cualquier manera, para que los padres pudieran descargar a sus respectivos vástagos. La reportera le planta el micro a una señora que intentaba apear de su coche a los niños y a las mochilas de éstos.

- ¿No se da cuenta del atasco que está provocando?

La señora ni se inmuta ante la pregunta (formulada, por otra parte, con no muy buenos modales) y su respuesta me deja atónito. ¿Se disculpa? ¿Se sonroja? ¿Pone alguna excusa? Sin mirar ni pensar, responde lo que le sale del alma:

- Que hagan las calles más anchas.

Poco importa que a continuación se nos mostraran imágenes de calles adyacentes, zona azul, con numerosos sitios para aparcar correctamente. La señora creía tener derecho a hacer lo que estaba haciendo: ejercer su libertad de hacer lo que le daba la gana.

"Y si no, que regalen ceniceros"
Ahora han salido a la luz desvergonzados ciudadanos que, respetando la nueva ley del tabaco, salen a fumar a la calle y de manera ostentosa arrojan la colilla a la acera poniendo gesto de protesta reivindicativa. Que se jodan los no fumadores... que lo limpien los barrenderos. O, como llegué a oir en otro programa de televisión: "Que regalen ceniceros desechables". Sí, que los regalen.

Pero, en realidad, sólo demuestran que, además de niños malcriados, son unos guarros. Nada nuevo. No hace falta más que ver cómo están de colillas las paradas de los autobuses -ahora y siempre- y recordar que dentro de los bares la mayoría de los fumadores ya las tiraban al suelo.

En su pataleta retoman el sesentaiochesco eslógan "prohibido prohibir" trayéndolo a su aburguesado territorio. Y, como están malcriados, lo quieren todo o nada: "Y, si no, que prohiban la venta de tabaco". ¿En qué quedamos?

Me recuerdan a aquellos otros (o tal vez los mismos) que, después de ser multados y hebérseles retirado puntos por conducir con exceso de velocidad exigían que el gobierno prohibiese a los fabricantes sacar al mercado coches que pudieran circular a más velocidad de la permitida.

Exigimos libertad pero después somos incapaces de ejercerla con responsabilidad y, lo que es peor, sin capacidad para asumir las consecuencias. Y, cuando nos pillan, la culpa siempre es del maestro armero.

Tenemos probablemente las ciudades más sucias de Europa: bolsas, botellas, colillas, papeles, chicles ennegrecidos incrustados en las aceras... Y papeleras cada diez metros. La culpa es del ayuntamiento: que ponga más papeleras. O que regalen papeleras portátiles, también podría exigirse.

Que hagan las calles más anchas, pedía la honrada ciudadana madre de familia.


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