Yo siempre había pensado que las leyes deben ser acatadas por todos los ciudadanos, y que aquél que no las cumpla debe recibir la correspondiente sanción. Eso en un país democrático, donde las leyes las aprueba un parlamento que representa a la totalidad de la ciudadanía.
Los ciudadanos no podemos interpretar las leyes a nuestro antojo. No podemos decir que como una ley no nos gusta o no nos viene bien, nos la pasamos por el arco del triunfo y no la acatamos.
Yo diría que eso es un delito, por muy eufemísticamente insumiso que se declare el (presunto) delincuente.
Si ese desacato se hace con publicidad y manifiesta chulería, además de un (presunto) delincuente, se trata de un evidente sinvergüenza.
Si las autoridades no actúan con premura contra él, estaríamos dando los primeros pasos para convertir nuestros pueblos y ciudades en lugares caóticos donde imperara sólo la ley testicular.
Por eso celebro que la Junta de Andalucía haya cerrado el asador de Marbella que incumple la ley antitabaco. Un restaurante que, por ese motivo, estaba además haciendo una competencia desleal a los establecimientos que sí la cumplen.
Me alegro sobre todo por la chulería de su propietario, apoyado -como no podía ser de otra manera- por esa bazofia mediática que está dispuesta a cargarse al gobierno aún a costa del mismo sistema, incluso insultando a los españoles por tener menos huevos que un tendero egipcio.
Hablan de dictadura. ¿Se habrían atrevido a realizar ese gesto insumiso hace cuarenta años? Evidentemente, no. Pero no por cobardía, sino porque hace cuarenta años esta gentuza vivía muy bien y todo les parecía estupendísimo.
Llamemos a las cosas por su nombre. No son insumisos. Son simples sinvergüenzas.
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